Probemos el arandano
Les propongo que prueben un arandano fresco, que no haya sido congelado. Podrán experimentar varias sensaciones si lo saborean sin apuro. La frescura es agradable. Al romperlo con la lengua se siente la placentera y explosiva rajadura de la cáscara, dejando fluir el interior suave, sin semillas perceptibles y de fino y suave sabor. No es dulce, pero decididamente tampoco es ácido (a menos que no haya madurado completamente o que nos haya tocado una variedad que desarrolla menos fructosa).
El que intente utilizar palabras tajantes, duras, definidas y “jugadas” para describir este extraordinario fruto, va a terminar describiendo cualquier otra cosa. El arandano es así. Hay que disfrutarlo en su suavidad. Hay que aprovechar su capacidad de adaptación para acompañar. Y les aseguro que en ese rol de acompañar termina siendo el protagonista.
0 comentarios